viernes, 13 de agosto de 2010

El primer fin de semana.


El viernes, viendo que la casa que albergaba estaba ya un poco sucia, hice amago de limpiarla antes de ir a trabajar. Mi sorpresa fue cuando en ese momento oigo unas llaves y entra una señora de unos 50 años con la cara pintada de amarillo, la típica gena que se ponen aquí para protegerse del sol. La señora solo hablaba malgache (aquí hay dos idiomas a parte del francés, el chi mahoré, de Mayotte, y el chi malgache, de Madagascar). Así que con señas y gestos entendí que era la vecina que venía a limpiar la casa. Bien, se acabó el limpiar y frotar, pensé.

En el trabajo pasó Stephan, un periodista que me hizo una entrevista. Días más tarde estaría en el periódico local acompañado de una gran foto que me hizo aumentar mi popularidad acosado con la mirada de los nativos.


Por la noche fuimos a un concierto de Bisso Na Bisso, grupo africano rapero y yo me cogí una enorme castaña que hizo que mi popularidad cayese en picado. No se porqué pero aquí el alcohol sube tres veces más. Después fuimos al Barfly, la disco de aquí. Se empezó a instalar en mi esa noche un pensamiento negativo y racista que no ha desaparecido desde entonces. El sábado fui transportado a la playa por cuatro o tres amigas de Gaelle, ya no recuerdo, y mi resaca hizo de mi un zombie errante en una playa de arena marrón negruzca llena de baobabs y música pachanguera y repetitiva que producía un efecto adverso al paracetamol.

El domingo me dije, se acabó, me voy solo a conocer la isla. Cogí el coche de la empresa y me fui dirección al sur, a N’gouja, la playa de las tortugas. En el camino vi a un autoestopista, aquí hay uno cada 2 kilometros, y pensé, voy a hacer una buena acción. El chico de 17 años, cuyo nombre complicado y ajeno a toda concordancia de consonantes no alcanzo a recordar, me daba buena espina y algo me dijo que debería de cogerlo.

Hizo de guía turístico de la isla y me enseño algunos escondrijos. Fue justo llegando a su poblado cuando se me acercó un coche diciéndome que algo no iba bien con el mío, que perdía aceite (mi coche). Paré de inmediato en una curva pues el olor me hizo erizar todos mis sentidos. El humo salía del capó. El coche estaba embadurnado de aceite.

Me bajo del coche con los papeles del vehículo pero no encuentro el número del mecánico. Así que llamo a Gaelle. Un minuto más tarde, en esa misma curva, decido girarme, cambiar hacia el otro lado y mirar el filtro del aceite, que parecía abierto. En ese mismo instante y por cuestión de milésimas de segundo, un coche con cinco pasajeros pierde el control derrapando probablemente debido al aceite que ha dejado mi coche en la carretera, pasa por el hueco dejado tras de mi en el cambio de movimiento, sale de la carretera, cae por una pendiente y se estampa contra una palmera. Una desincronización de tiempo, unos segundos antes y me hubiese arrastrado a mi contra esa palmera. Gaelle me está diciendo al otro lado del teléfono que es domingo y no encontraré un mecánico por esa zona, que deje el coche y vuelva a la ciudad en autostop o coja un taxi si encuentro alguno. El chico, el autoestopista de nombre complicado que he recogido hace una hora, está hablando en mahoré por el movil y yo me dirijo hacia los accidentados observando boquiabierto el mecanismo casual y caótico que se ha desarrollado en cuestión de milésimas, mi coche humeando, cinco personas que salen del otro coche con dolores en la nuca, tambaleándose y yo con el teléfono en la oreja recibiendo instrucciones sin alcanzar casi a comprenderlas. Pero más milagrosa fue la intervención de la ambulancia que no tardó ni cinco minutos en llegar y un supuesto mecánico, un amigo del autoestopista. El mecánico cierra el filtro, cambia el aceite y me dice que no habrá problema, que siga mi viaje. La ambulancia se ha llevado a los heridos, que por suerte son leves y tal cual vino el absurdo, la feroz amenaza de la muerte se fue.

Como si no hubiese pasado nada, arranque el coche y continué mi viaje, dejé a mi amigo autoestopista en su pueblo, agradecidísimo de que me salvase de un grandísimo marrón y continúe mi exploración por la isla. No vi tortugas pues me había olvidado las gafas de buzeo pero si vi maquis, los lemures de Mayotte, que se me subieron al hombro para robarme una cáscara de plátano.







Por la noche había un concierto reggae en la isla. Aquí solo hay un festival al año y resulta que ha tocado el primer fin de semana que he llegado. De resto, me han dicho que siempre son los mismos grupos, que básicamente hay tres. La gente con la que voy al concierto, algunos del curro, tienen la genial idea de coger el coche de la empresa, el mismo con el que he tenido la incidencia por la mañana. Yo pregunto si es una buena idea. Todos responden que si seguí rulando con él y no pasó nada más, porqué no cogerlo esa noche. Media hora más tarde nos encontramos los cinco en medio de la selva. Se ha repetido el problema, el filtro del aceite (luego me enteraría que en la última revisión pusieron un filtro más grande que no tocaba que causaba el problema). Esta vez dejamos el coche abandonado y nos disponemos a caminar en la oscuridad de la noche. Las estrellas son infinitas y el ruido de la selva acojonante. A los 15 minutos un coche nos recoge a los cinco, un policía que se dirige a la capital para hacer su turno de noche. – No se cómo lo haces pero tienes una habilidad para meterte en líos y solucionarlos con una rapidez. Me dice Gaelle. -Yo tampoco se como lo hago pero sospecho que la cabeza progresiva tiene algo que ver con ello. -¿La qué? –Nada, algo como Alá pero que no te despierta cada mañana con rezos. Respuesta un tanto fuera de contexto y mirada de, tu mismo, tío.

Vuelvo a casa e intento descansar cuando recibo un mensaje de una de las chicas francesas con las que iba al concierto, Clementine. ¿Te apetece un porrito? En menos que canta un gallo me estoy tomando una copa y fumandome un porrete con una chica de ojos azules enormes y preciosos. No obstante, tras el patético intento de enrollarnos, presencié esa noche el estado más lamentable que la masculinidad puede ser expuesta, un cansacio atroz calló sobre mi después de algunas caladas del porrete. Su olor a tabaco me incomodaba bastante y tras un finde como este lo menos que me apetecía era hacer un esfuerzo de tal calibre. Ella se marchó enfadada. Yo me sumí en un sueño incómodo y sudoroso.

3 comentarios:

  1. genial, ya veo que te has estrenado con el excelente cannabis cosechado por esas tierras. me interesaría saber si es local, de qué tipo y si la propaganda prohibicionista se hace notar demasiado...hmmm demasiada información quizás...bueno tú mismo :)

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  2. que zuzto lo del coche!!! que paisajes tío...

    Veo que sigues llamando a la aventura!!! Me alegro de que sigas mis pasos...

    Yo también tengo aventuras que contarte... pero por email...
    pasate por mi blog, te dediqué una entrada a ti solito

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