domingo, 25 de julio de 2010

Aufwiedersehen Berlin

DESTINO BERLIN

Las nubes se encendieron lentamente, fueron esparciéndose en pequeños copos hasta desaparecer. Los techos a dos aguas, los enormes patios interiores y la cargada vegetación creaban una curiosa estampa de una ciudad que no había pisado hace 14 años: Berlín.
El agotador vuelo y el retraso aéreo de 24horas no impidieron que cuando viera a mi madre en el aeropuerto saltara como un adolescente enamorado y la levantara en peso (Javi sabe de lo que hablo). Me asombró el estado físico y mental en el que se encontraba pues no paraba de subir escaleras a pesar del calor veraniego. Luego me habló de mi tío Jörg.
Mi tío está en fase terminal debido a un cáncer de cerebro, no habla y apenas puede moverse. Mi visita a Berlín se debe básicamente a este hecho. Ante mi asombro, no noté a mi madre preocupada, sino alguien que disfruta de los últimos momentos de la vida de otra persona como algo natural de un proceso en el que todos estamos involucrados. Yo por el contrario empecé a sentir los movimientos cada vez más lentos y la cabeza que pesaba muchísimo.
Compré el billete de ida a Paris en la estación de Hauptbahnhof, así estaría tranquilo y sabría que no perdería el vuelo a Mayotte. Cerré los ojos. Los sonidos simétricos, los pasos alemanes son indiscutibles, únicos, reflejo de una postura corporal recta y un ritmo seguro al andar pero suaves y silenciosos a la vez. De fondo un megáfono reverberaba la voz de una joven alemana con marcadas eses. Un silbato policial se percibía también de fondo, redundando en un sistema de por si métrico y ordenado.
El tiempo empezó a alargarse cada vez más hasta que llegamos a la residencia de enfermos terminales. Un hospital en las afueras de la ciudad, con las últimas prestaciones, de hecho no parece un hospital, es como deberían de ser los hospitales, agradables y cálidos. Eso si que es seguridad social, aquí a los enfermos los llaman invitados, los familiares son llamados huéspedes. Y llegó el momento de ver a mi tío.
Sus ojos desprendían mucha pena y sin comprender bien el porqué sentí en su mirada que él era consciente de que iba a morir en breve. Entonces le toqué, creo que no entendía quien era yo, o quizás si. Apenas podía moverse, solo las manos y un poco los brazos. Había sido un oso gigante, un hombretón de 100kg. Lo recuerdo ahora trabajando en el jardín, unas manos inmensas que agarraban las mías cuando niño. Quedaba hoy reducido a la mitad de lo que era, denigrado por la ironía de la vida. Me senté y no cambié de ángulo. Observé a mi madre, presencié el trato, el amor y la paciencia con que le daba de comer a su hermano.¡Tengo tanto que aprender de esta mujer!, pensé. Y en ese momento el tiempo se ralentizó de verdad, tal vez debido a mi cansancio, el polen de los árboles flotaba cada vez más despacio en una foto compuesta por esas dos figuras, dos hermanos mirándose mutuamente, besándose con la mirada, mortalizada ya en mis recuerdos.
Mi madre y su hermano, vivieron juntos hasta que ella tenía 17 años, se vieron pocas veces en su vida pero nunca perdieron el contacto y el aprecio que sentían el uno por el otro.

LOS HIJOS DE LOS NAZIS


Mi madre, Renate Irene, nace en Berlín oeste en 1938. Su hermano Jörg en Berlín este en 1941. Tras una durísima postguerra alemana, a la edad de 7 años mi madre tiene sus primeros zapatos. Renate ingresa a la edad de 9 años en la prestigiosa academia de ballet de Tatjana Gsovsky y a los 17 es contratada en una compañía de danza como bailarina profesional.
A la edad de 22 años el muro de Berlín es construido, hecho que cambiará la relación entre los dos hermanos para siempre. Mi tío queda atrapado en Berlín oriental. Su ilusión de ser piloto le es denegada por la DDR, argumentando que podría huir en cualquier momento ya que tiene familiares en el otro lado.
Entre oriente y occidente cada hermano hace su vida. La casa en la que vive mi tío, herencia de sus padres, le es arrebatada por la DDR para dársela a un militar de la Stasi y su familia. A mi madre le conceden visados de visita especiales para Berlín oriental, concedidos únicamente con una gestión previa de 5 meses.
Mi tío tiene un hijo, mi primo Ralph. Este inquieto adolescente se emborracha una noche y, para hacerse valer entre el grupo de amigos, grita en el tranvía: -La DDR es una mierda, el comunismo es una mierda.
Dos policías de civil lo detienen y acto seguido ingresa en la cárcel. Saldrá varias veces pero con sus nuevas compañías carcelarias aprende a robar y reincide hasta pasar un total de 6 años en el trullo. Alcohólico y deprimido, Ralph saca de quicio a su padre. Los cambios de ánimo de Ralph son pronosticados posteriormente como trastorno bipolar, maníaco depresivo. Pero esto no impide que, tras una fuerte pelea, mi tío Jörg decide cortar la relación con su hijo y éste no volverá a ver y a hablar con su padre hasta que, debido a su reciente cáncer, es ingresado en el hospital.
Ralph consigue rehacer su vida como trabajador social ayudando a drogadictos y a personas de la tercera edad. Tras la caída del muro mi tío vuelve a recuperar su casa y 20 años más tarde es encontrado desorientado y exhausto, el diagnostico, un cáncer cerebral de estado muy avanzado.
Hoy mi primo ha llamado para decir que no podrá venir a ver a su padre. ¿No se atreve? Me hubiese gustado mucho verle. Alude que está enfermo.
Ahora mi madre se ha reído con su hermano pues le ha derramado torpemente el café sobre el pecho mientras le da de beber. -Haciéndo progresos Jörg. ¿Haciéndo progresos? Retumban las palabras de mi madre en la amplia sala. Para su sorpresa Jörg ha pronunciado incluso una frase, cosa milagrosa debido a su estado físico y mental.

“La energía no se destruye, se transforma”. Me gusta creer que yo he aportado algo hoy en el hecho de haber visto a mi tío y haberle dado la mano. Como muchos sabeis estoy en un momento crucial en mi vida y me siento con mucha energía, ojala mi cabeza progresiva pudiese sanarle, pero mucho me temo que lo que ha experimentado hoy es un pequeño despertar dentro del cruel proceso de su enfermedad.

BERLÍN ESTÁ EN ALEMANIA


Tras la visita del barrio y la casa donde se crío mi madre, una ciudad dentro de un bosque, así es Berlín, llegó la noche y salí a muerte. Berlín, una ciudad llena de misterios que te brinda todo tipo de garitos, performances, galerías nocturnas de arte, música, conciertos, arte callejero, un submundo que ahora era explotado por las fauces del capitalismo y de alguna forma notaba que ya no es lo que era. Le han lavado la imagen y ahora todo tiene ese sello cool de panfleto del che guevara. Obviamente es la capital europea de la cultura y siempre puede sorprenderte con alguna extravagancia. Atrás quedó la Alemania encasillada por las ya arcaicas películas de Hollywood, nada que ver con la multiculturalidad actual y la belleza de las distintas razas, (sobre todo las de la noche). Me resultó curioso la opinión de un señor de Berlín oriental que decía: -Cada sistema tiene su parte buena y su parte mala. Ahora las casas son de colores, Berlín está limpia y maquillada pero hemos ganado en precariedad laboral, en desconfianza, muchos valores se están perdiendo, como la familia, y lo que ya no puedo soportar es que todo el mundo intenta venderte algo, aunque simplemente conozcas a alguien una noche, adopta una postura falsa, que ni el mismo se la cree, vendiéndote su ser sin ni siquiera saber quién es. Hay mucho vacío en todo. El pan de occidente es una mierda también.

LOS MUROS DE BERLÍN


Llovió a raudales. Para mi sorpresa cuando desperté mi primo estaba en la habitación. Se había armado de valor y había venido al hospital para ver a su padre moribundo y perdonar el pasado. Nos dimos un abrazo. La relación estaba igual de fresca que hace 15 años. A pesar de apenas conocernos nos queríamos bastante. Luego subimos a ver a mi tío Jörg. Si habeis visto Magnolia, la escena cuando Tom Cruise va a ver al padre y le da un ataque de nervios es similar a la reacción que mi primo Ralph tuvo con su padre.
Tenía que irme, preparar la maleta para luego coger un tren a Paris. Mañana es el gran día, volaré a Madagascar. Me acerqué a mi tío y tras un eterno momento de silencio me armé de valor y le dije:
-Me voy muy lejos, es posible que tú también. Me ha gustado mucho volver a verte y tal vez, quién sabe, volvamos a encontrarnos.
Mientras le cogía de la mano, le di un beso en la mejilla, el se despidió con su mirada.
Se que me he despedido de mi tío en esta vida y tal vez para siempre.
Mi primo Ralph me abrazó muy fuerte, tuvo que ser muy ridículo o hermoso, quién sabe, dos armarios de hombres abrazados y llorando.
-Cuídate mucho, pequeñin, y vuelve sano. Luego se alejó por el pasillo del hospital y su gigante cuerpo se confundió con el reflejo de las luces, en la lejanía.

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