jueves, 28 de octubre de 2010

Cruzando el desierto

En la inmensidad de la noche paró su caótica vida. Nunca había visto tantas estrellas. Una estrella fugaz, después otra. La isla estaba cargada de sonidos extraños para él. Los murciélagos gigantes emitían un sonido tan agudo que más bien parecía que matasen a un becerro. Pero se había acostumbrado a todo aquello, a la comida picante, al agua con sabor a tierra, a los mosquitos, a las cucarachas, a las ratas, a los escorpiones, a los monos que cruzaban los cables de la electricidad, a los gatos enfermos, a los niños , al trafico, al polvo, al ruido. Para la gente era como si se hubiese hecho transparente, como si no existiese. Aunque el paisaje era espectacularmente paradisíaco, frondoso, él se sentía cruzando un desierto, anestesiado por un pasado que no le dejaba respirar. Abrió los ojos después de pedir un deseo y ahí seguía mirando el firmamento. A partir de entonces, cada noche estrellada veía al menos una estrella fugaz cruzar el cielo. Y siempre pedía el mismo deseo.

1 comentario:

  1. sólo se puede crear algo realmente bello con el influjo salvaje de una emoción en el extremo: inmensa tristeza, inmensa alegría.


    Olaf, este texto es casi perfecto.

    Un abrazo.

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